lunes, 26 de noviembre de 2012

Primeros párrafos del libro "Slavoj Žižek: una introducción"



Es difícil comenzar este libro sin recurrir al habitual desglose de calificativos que adornan desde hace años las contraportadas de libros, entrevistas, reseñas e incluso películas dedicados a la figura de Slavoj Žižek. Si uno hojea sus primeros libros publicados en inglés, aparecerán prestigiosos avalistas como Terry Eagleton o Fredric Jameson, y si se revisa el cada vez más ingente número de reseñas o menciones, seguramente aparecerá la rúbrica de muchos de los intelectuales más reconocidos.
De Žižek se han publicado ya decenas de monografías y tres documentales, e internet está literalmente saturado de conferencias y debates en los que, ya sea en serbio, esloveno, alemán, francés o inglés, Žižek polemiza con políticos, escritores, filósofos y periodistas: desde Julian Assange, Stephen Sackur o Amy Goodman, hasta Tariq Ramadan, Peter Sloterdijk, Bernard Henri-Lévy, Samir Amin, o Alain Badiou.
No cabe duda de que la irrupción y consolidación de Žižek en el campo intelectual global es profundamente anómala; se afianza ahora en la posición preeminente que ocuparon antes que él filósofos como Derrida, Rorty, Sloterdijk o Habermas, desde luego, pero difícilmente puede decirse que tenga el mismo prestigio académico que ellos, ni el mismo tratamiento mediático que reciben otros intelectuales como podrían ser Eco o Henri-Lévy. El hecho de que desde los años noventa su compromiso con la tradición teórica marxista haya ido ampliándose, y que ya a mediados de la primera década del siglo XXI se declarase no sólo marxista, sino comunista, lo ha ido situando en un lugar muy peculiar, casi más fuera de lo que se suele llamar “la Academia” que dentro, y sin embargo casi omnipresente en prensa, televisión e Internet.
Es por esto que, al menos por lo que su proyección actual permite pensar, quizás haya que situarlo más cerca de intelectuales como Sartre o Foucault, con los que comparte sin duda lo polémico de sus intervenciones públicas y compromisos políticos, así como los replanteamientos, pasos en falso y contradicciones que surgen inevitablemente de tales tomas de posición,
cristalizando en una obra que, según se aleja en el tiempo, exige siempre una atención máxima a la coyuntura sociopolítica en la que se inscribe.
Como es natural, su obra ha suscitado numerosas críticas (en ocasiones, como recuerda Paul A. Taylor, acompañadas de numerosas acusaciones ad hominem1), y junto al repetidísimo elogio de Eagleton (“el más brillante teórico cultural aparecido en el continente en las últimas décadas”), se ha recordado a menudo que “corre el riesgo de escribir más rápido de lo que piensa”2 o que “da la impresión de que más que concluir sus textos, simplemente se ha detenido”3; las críticas más incisivas destacan tanto contradicciones u "oscilaciones" en su propia elaboración teórica4, como la lectura sui generis de todos los pensadores que, más que “citar”, podríamos decir que “invoca” en todos sus libros.
En respuesta a varias críticas acerca de cómo su "teoría no plantea amenaza alguna contra las relaciones de poder existentes" o de que "pocas veces es consciente de las fuerzas institucionales y comerciales que actúan sobre él y hacen sus intervenciones posibles", respondía el mismo Žižek que, si bien habría que reconocer la obviedad de que la cultura basada en la veneración de "celebridades intelectuales" es una manifestación natural de la mercantilización y la lógica individualista del capitalismo neoliberal, en lo que a su caso respecta, "las cosas no son tan simples":

Si ponemos aparte los signos de superficial y limitada "popularidad", y puesto que mi propia "popularidad" se destaca siempre por mis oponentes para socavar mi posición (filosofía-pop en vez de análisis serio), ¿cuál es mi status? (...)
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