miércoles, 9 de noviembre de 2011

La estrategia Ferrándiz

El 18 de enero de 1.962, el Real Madrid jugaba una eliminatoria decisiva contra uno de los grandes equipos del baloncesto europeo en aquél momento, el Ignis Varese. Se jugaba, a doble partido, el pase a las semifinales de la Copa de Europa.

El partido no había ido del todo mal, pero la asfixiante cancha que había elegido el Varese, el arbitraje escandaloso del francés De Redevilher (seis canastas anuladas, los dos pívots titulares expulsados y el flamante fichaje estrella, Hightower, lesionado durante la primera parte) y el mayor acierto italiano, había puesto al Madrid contra las cuerdas.

Con Lolo Sáinz y Emiliano jugando los últimos minutos con 4 faltas personales, Ferrándiz se enfrentaba a la posibilidad de que los pocos jugadores que le quedaban jugaran una prórroga suicida, contra un equipo en racha que venía de encadenar varios parciales demoledores.

Con un equipo tan fuerte enfrente, esto podría suponer una diferencia complicadísima para la vuelta, por mucho que se fuera a jugar en casa.

Así que Ferrándiz optó por el camino menos ortodoxo, tanto para el público como para las autoridades de la FIBA.
Mandó a Emiliano colocarse bajo su propia canasta, y con la cobertura de Sainz y Alocén, le ordenó que encestara.
Ahí.
En su propia canasta.
Fin del partido: victoria pírrica del Varese, y la vuelta en casa, con todos los jugadores y posiblemente con un arbitraje más cómodo.

Los italianos tardaron unos minutos en pasar de la sorpresa y la celebración (incluso hubo cierto escarnio con el jugador español, que medio simuló haberse equivocado de lado), a ser conscientes del gambito que les había colado el entrenador madridista, y la FIBA no tardó tampoco en cambiar las reglas, para llenar el hueco por el que Ferrándiz acababa de colarles un triple.

Puesto que el baloncesto es, ante todo, un juego, y después un deporte (y en tercer lugar demasiadas cosas más), en éste caso sí podríamos decir que Ferrándiz se mereció por ésta y otras cosas, un lugar en el Hall of fame. Encarnó una época del basket europeo en la que ésta extraña jugada no dejaba de representar el carácter estratégico (también bonito de ver), casi ajedrecístico, que tuvo el baloncesto practicado por rusos, españoles o italianos, frente al estilo más libre de las dos ligas norteamericanas.



Pongámonos ahora un poco ingenuos.

Estaba demasiado claro: el PP había mostrado claramente que la estrategia principal por la que iban a optar en la campaña era la más obvia y segura; insistir la continuidad entre el candidato socialista y el gobierno saliente, ya completamente desacreditado.

Por otro lado, uno podría dar por descontado que cada uno de los integrantes de un gobierno al que le quedan meses, días, no quiera dejar de hacer política; que no querrá irse sin limpiar un poco el expediente. Vamos, que no se irían sin gobernar un poco para sus propios votantes. O si se quiere, sin actuar un poco "en conciencia", por no decir en sintonía con su propia ideología.
Si la tienen.

Por eso no deja de ser extraño que el gobierno "se vaya" ya no con un "perfil bajo", sino aplicando sistemáticamente medidas abiertamente impopulares, o en contra al menos del espíritu de la campaña de su propio partido.

Si a alguien ya se le ha ocurrido que estoy sugiriendo que medidas absurdamente impopulares y censurables por un candidato de izquierdas realmente existente (y en teoría también por uno de izquierdas virtual, o fantasmático, como Rubalcaba) como modificar la constitución sin referéndum y contra los trabajadores, acometer recortes a diestro y siniestro, o escenificar en Europa una completa sumisión a los poderes financieros ... es una estrategia para lograr marcar la diferencia entre un partido en el gobierno y su propio candidato, ya adelanto que me parece tan improbable como escandaloso (¿qué partido que se considerara decente castigaría a sus posibles votantes sólo para ofrecerle después los analgésicos?).

Pero entonces ¿qué explicación darle a que, cuando se afianza su propio spin-off "verde", destinado a robar votos a otros (eso sería lo lógico),
y cuando el único partido extraparlamentario que ha logrado recoger todas las firmas es un partido animalista,
...los dos órganos de información de ese mismo partido en el gobierno publiquen a toda página, días antes de las elecciones, y sin disimular la crítica, la iniciativa de la ministra de cultura, que sanciona la creación de un Premio Nacional de Tauromaquia?


Pues que todo TIENE que ser una casualidad. Porque si no, el público empezaría a insultar a los jugadores, les tiraría euros metidos en cajas de cerillas, y tendrían que salir de la cancha escoltados por los Carabinieri. Como el Real Madrid aquél día.

martes, 1 de noviembre de 2011

¡Es el consumo, estúpido!

¡Es el consumo, estúpido!

James Livingston, New York Times, 25-10-11

Traducción de Antonio José Antón Fernández


Como historiador de la economía que lleva estudiando el capitalismo americano desde hace 35 años, voy a desvelarles el secreto mejor guardado del último siglo: la inversión privada -esto es, usar los beneficios empresariales para incrementar el rendimiento económico y la productividad- en realidad no impulsa el crecimiento económico: son el gasto estatal y el consumo los que lo hacen; la inversión privada ni siquiera es necesaria para promover el crecimiento.


Esta es, por decirlo suavemente, una afirmación controvertida. Los economistas les dirán que la inversión por parte de las empresas es la fuente del crecimiento, porque es la que pone el dinero para la maquinaria o equipamiento que crea puestos de trabajo, incrementa la productividad del trabajo y aumenta los ingresos de los trabajadores. Como resultado, oirán a los políticos insistir en que mayores incentivos para los inversores privados -menos impuestos sobre los beneficios empresariales- llevarán a un crecimiento más rápido y equilibrado.


La opinión pública parece estar de acuerdo. Según una encuesta de mayo del New York Times y CBS News, la mayoría de norteamericanos creen que aumentar los impuestos a las grandes empresas "desanimará a las compañías norteamericanas a la hora de crear empleos".


Sin embargo, la historia nos muestra que esto es erróneo.


Entre 1900 y 2000, el producto interior bruto real per cápita (la producción de bienes y servicios por persona) creció más del 600 por ciento. Mientras tanto, la cuota de inversión neta empresarial en descendió en un 70 por ciento del PIB. Es más, en 1900 casi toda la inversión provenía del sector privado -de empresas, no del gobierno- mientras que en el año 2000, la mayor parte de

la inversión procedía del gasto estatal (surgido de los ingresos fiscales) o "inversión residencial", que quiere decir consumo en viviendas, más que en inversión privada en maquinarias, equipamiento y salarios.


En otras palabras, durante el último siglo, la inversión privada neta se atrofió, mientras el PIB per cápita aumentó espectacularmente. ¿Y cuál es la fuente de ese crecimiento? Un mayor consumo, junto con -y amplificado- por el gasto público.


Los arquitectos de la "revolución Reagan" intentaron invertir esta tendencia como solución a la estagflación de los años '70, pero no pudieron. De hecho, la inversión privada o empresarial continuó en declive a partir de los años '80. Peter G. Peterson, antiguo secretario de comercio, se quejaba de que el crecimiento real desde 1982 -después de la política de Reagan de recorte fiscal a las empresas- coincidió con "de lejos, el esfuerzo más débil de inversión neta en nuestra historia, tras la posguerra".


Las bajadas de impuestos del Presidente George W. Bush produjeron efectos similares entre 2001 y 2007: un crecimiento real en ausencia de nuevas inversiones. Según la OCDE, las ganancias reservadas de las empresas [retained corporate earnings] que se mantienen al margen de la inversión suman ahora cerca del 8 por ciento del PIB, una cantidad increíble, a la vista de la crisis

de desempleo a la que nos enfrentamos.


De modo que los beneficios empresariales no impulsan el crecimiento económico; no son más que inacabables sumas de capital sobrante [surplus capital] listas para inundar los mercados especulativos domésticos y exteriores. En los años '20, inflaron la burbuja del mercado de valores, y después causaron la Gran Depresión. Desde la revolución Reagan, estos beneficios superfluos han alimentado las fusiones y OPAs, han impulsado la burbuja de las puntocom, han financiado el sistema de “shadow banking” y sus hedge funds, han blindado los vehículos de inversión [securitized investment vehicles], han acelerado los desastres monetarios en ambos hemisferios, e inflado la burbuja inmobiliaria.


Entonces ¿por qué tantos americanos apoyan la reducción de impuestos a las ganancias empresariales, mientras insisten en que el ahorro es la panacea para nuestras dolencias económicas, a nivel individual y nacional? ¿Por qué el 99 por ciento debe mirar hacia la élite del 1 por ciento, cuando está en juego nuestro futuro económico?


Gran parte del problema es que dudamos del valor moral de la cultura del consumo. Como la austera hormiga que reprende al saltamontes por su irresponsabilidad ante el cercano invierno, pensamos que ahorrar es lo correcto. Incluso cuando compramos despreocupadamente, sentimos que si pudiésemos contener nuestros deseos, nos estaríamos labrando un futuro mejor. Pero

estamos equivocados.


El consumo no solamente es la clave para la recuperación económica a corto plazo; también es necesario para un crecimiento equilibrado a largo plazo. Si nuestro objetivo es reparar nuestra maltrecha economía, deberíamos invertir en cultura del consumo -y ello implica una redistribución de los ingresos, de las ganancias hacia los salarios, a través de la política fiscal y reforzada por el gasto público. (El creciente déficit comercial que pueda producirse no debería disuadirnos, puesto que una gran parte de las importaciones manufacturadas vienen de corporaciones multinacionales de propiedad norteamericana, que operan a nivel mundial).


No necesitamos que agentes de bolsa, analistas y directores generales -el 1 por ciento- recolecten y gestionen nuestros ahorros.

En vez de eso, los consumidores tenemos que ahorrar menos y gastar más en nombre de un futuro mejor. No es necesario que maniatemos a la hormiga; más bien deberíamos comenzar a escuchar al saltamontes.


James Livingston, profesor de Historia de la Universidad de Rutgers